Episodio 12:
El Condominio de las Brujas
La noche se había dejado caer sobre Murcia con todo su peso. Había una gran luna llena en el cielo, pero una capa de nubes la ocultaba cada tanto, sumiendo intermitentemente el paisaje en la oscuridad. El sedán color rojo avanzaba por la carretera N-340 con sus luces contrastando en la penumbra del camino. Cada tanto, algún vehículo pasaba en sentido contrario, ignorando la naturaleza especial de los pasajeros en el pequeño automóvil que se dirigía a toda velocidad con dirección norte. —¿Falta mucho para llegar? Francisco miró a Aldonza por el espejo retrovisor con un claro gesto de enfado. La actitud temeraria de la joven en las calles del centro de Murcia había gatillado una acalorada discusión en el trayecto hasta las afueras de la ciudad. —Falta poco —fue Klaire la que respondió. —Creí que el condominio quedaba en el “Llano de Brujas” —insistió Aldonza, refiriéndose al célebre barrio de Murcia que lleva ese nombre—, pero lo pasamos hace media hora. Francisco volvió a dirigirle una mirada de pocos amigos, sin pronunciar palabra. —El Llano de Brujas fue el primer asentamiento de fundadores en Murcia —esta vez fue Oma Donza la que respondió—. Pero eso fue hace siglos. Tu familia vivió en un condominio en las afueras de la ciudad. Aldonza lanzó un pequeño bufido de aburrimiento, aprovechando de soplar un rulo que le caía sobre el ojo izquierdo. —¿Y el Llano de Brujas también es propiedad de tu abuelo, Francisco? —No. —¿Pero era de tu abuelo? —Ya no. —¿Y cuántas propiedades te dejó tu abuelo? Francisco volvió a mirarla con reprobación a través del espejo retrovisor. —Solo intento proponer un tema de conversación para hacer más agradable el viaje —continuó Aldonza—. Todos estamos estresados. Francisco, por primera vez, se giró hacia los asientos traseros para hablarle a Aldonza cara a cara. —Iñigo Barquín está muerto y viajamos con su cadáver. Muestra un poco de respeto, por favor. Aldonza se hundió en su asiento y cruzó sus brazos. —Solo intento distender el ambiente, Francisco. No es necesario que me hables con ese tono. —¿Distender el ambiente? ¿Acaso esa locura de protagonizar una persecución en motocicleta en pleno centro de la ciudad, llamando la atención de la policía, también fue una manera de distender el ambiente? —¿Y qué querías que hiciera? ¿Quedarme sentada en el asiento mientras esos sphinges nos disparaban? —le retrucó Aldonza. —Chicos, es mejor que se calmen […]