Episodio 19:
El titiritero
Faltaba poco para que oscureciera, pero el cambio de luz no amedrentaba a los entusiastas turistas que paseaban por el centro de la Ciudad Vieja de Praga. El clima en la capital de la República Checa se hacía cada vez más frío a medida que los días avanzaban camino al invierno. Una mujer que rondaba los cincuenta y tantos años emergió de entre la muchedumbre que caminaba a esas horas por el centro de la ciudad y se internó en una calle menos poblada. Si bien su figura le otorgaba algo de elegancia, sus profundas ojeras y sus marcadas líneas de expresión denotaban un cansancio evidente. Su caminar era algo errático. Cada tanto se detenía a mirar a todos lados, como para comprobar que nadie la siguiera. De su descuidado bolso sobresalía una licorera, de la que tomaba sorbos de vez en vez. Un adoquín desencajado del piso la hizo trastabillar y estrellarse contra una pareja de ancianos que caminaba en sentido opuesto. —¡Tenga cuidado, señora! —le gritó molesto el hombre, acomodándose la boina que se le había caído tras el encontronazo. El hecho alertó a un par de policías jóvenes de turno, que caminaban cerca de ellos. —Déjala, parece una drogadicta —susurró la pareja del desconcertado hombre. La desgarbada mujer evitó mirarlos a los ojos y continuó su camino, doblando en la esquina más inmediata. Los policías se miraron y decidieron seguirla manteniendo cierta distancia, sin embargo, al doblar la esquina la habían perdido totalmente de vista. La luz de la tarde había disminuido ostensiblemente y la callejuela estaba en penumbras. Cuando las luces del alumbrado público se encendieron, pudieron comprobar que la callejuela estaba vacía. Algo desconcertados, pero sin darle mayor importancia, los policías decidieron seguir su ruta. Llevaban por lo menos un cuarto de hora sin indicios de la mujer cuando, al internarse en la calle Karlova, donde se situaba una de las tiendas de marionetas más populares: L’atelier de Vie, los policías se sorprendieron al descubrir al dueño, un hombre de cabello castaño y lentes cuadrados, hablando con la extraña mujer desde el umbral de su tienda. Parece que discutían así que tuvieron el pretexto ideal para acercarse. —Señor Pavlickova —le dijeron—, ¿está todo en orden? La mujer, sintiéndose invisibilizada, los miró con rabia. —No hay ningún problema, gracias —contestó con voz firme Stefan, aunque su expresión nerviosa denotaba lo contrario. Los policías observaron a la […]