A medida que se internaban en el pantano, la vegetación se hacía más y más espesa. En la oscuridad de la noche, la luminiscencia fosforescente de los animales e insectos que infestaban los terrenos salvajes e inhóspitos de La Penumbra, resultaba al mismo tiempo amenazantes y maravillosos, un espectáculo de luz y color en un paisaje agreste. Caminaban iluminados por los rayos de una luna menguante, que coronaba el cielo con su forma curva, recordando a los cuernos de un toro. Cuando la espesura se volvía más cerrada, Andriev sacaba su machete para abrirle paso a los hermanos Della Calabazza. Detrás del agente ruso iba Ludovico. El niño, que ya comenzaba a acercarse a los años de juventud, observaba con detención el mapa que le había entregado Lucas, dándole instrucciones a Andriev […]